martes, 29 de marzo de 2011

Doctor Zhivago

Creo que se trata de mi película favorita. ¿Cómo explicar la sensación que produce? ¿Será que está muy bien hecha? ¿O la increíble interpretación de los actores? ¿La mirada de Omar Sharif, tal vez? ¿La fotografía? ¿O la música, esa música que llega al corazón?


La primera escena me parece una de las mejores. La procesión fúnebre atravesando la cruda estepa hasta llegar a un solitario cementerio... A lo lejos se aprecia un coro, que es cada vez más intenso. El chiquillo con las flores blancas para su madre. El cántico se detiene, solo suena el viento y, tras haber sido enterrado el ataúd, comienza a sonar la balalaika, Yuri levanta la vista: los árboles se agitan, las hojas vuelan hacia el cielo gris... 
Por alguna razón no puedo poner el vídeo, pero os dejo un link: Doctor Zhivago - escena primera

Hay muchas otras remarcables, pero me impresionó la cuando Lara se va. Él actúa como si fuera a volver a verla, para darle esperanza y para que se decida a partir, pero es patente la verdad: no hay sitio para Yuri y no van a volver por él. Zhivago se queda en la puerta, con sus maletas, comprendiendo que no puede hacer nada, que todo ha acabado. Mientras tanto, empieza a sonar la música una vez más. Desesperado e impotente, ve como el carruaje se aleja, entra en la casa, que está completamente congelada, y sube al piso de arriba, para poder ver el vehículo que se la lleva una vez más, hasta que desaparece...

Link de vídeo: La partida de Lara




Y, para poner punto y final, el tema de Lara, llamado "Somewhere, My Love":

miércoles, 23 de marzo de 2011

El seto de las zarzas

El otro día recordé aquellos libritos tan monos que leía de pequeña y con los que me crié, los de "El Seto de las Zarzas", y me dije que tenía que hablaros de ellos. En total son ocho historias ilustradas, muy entrañables. Los dibujitos son una pasada, crean una atmósfera rural, antigua y amena, en plena naturaleza, como un cuento de hadas protagonizado por ratoncitos adorables (mi favorito era uno llamado Fermín, que siempre se metía en líos y era, como por aquí decimos, un "trastu").  De las historias, las que más me gustan son "La escalera secreta" y "Cuento de Invierno".
La autora e ilustradora es la británica Jill Barklem.
De niña, quería ser como la ratoncita Hortensia (otra de las protagonistas de la historia) y vivir en un mundo como ese. En parte, eso no ha cambiado, siguen gustándome todas estas cosas, todavía hoy busco una atmósfera así. Como pequeña curiosidad, tengo desde los tres o cuatro años un peluche de un ratón al que llamé Fermín, y otro de una ratona a la que llamé Hortesnsia. Nunca me separaba de ellos y todavía andan por mi habitación.
Aquí os dejo algunas imágenes ^^ Espero que os gusten.








 





jueves, 17 de marzo de 2011

Poema: ¿Qué silencio...?

¿Qué silencio en el eco a nieves de los altos
cristales de palacio sobre el jardín de antaño,
sobre el jardín del juego, ahora se inscribe?
Hay un temblor de nave que ha partido
un temblor de palabras que de labios
del beso de la muerte un día surgieron.
Hay un ave que mira como al vidrio
al fondo de la luz sobre el océano.
Despierta, vive y crece de deseo,
amor que eres ya nunca.
Enciende las cenizas de mi alma,
prende en mi memoria hacia la vida.
Alto sobre el lento, mudo, gris castillo
raudo cruza los aires el fénix de los cielos.
¿Qué silencio en las nieves
perpetuas de mi alma tiembla aún?
¿Aquel sobre el que suena en el vacío
terrible de los mundos, aún, la voz del amor?
Silencio, mirada
del jardín de palacio junto al mar.
Callado en la miseria
de un mundo sin respuesta
espero aún.

- Alfonso Vázquez Alonso
(17-3-78)

martes, 15 de marzo de 2011

Perseguir el horizonte



Un día cualquiera, el joven soñador y el anciano contemplaban juntos el atardecer. El primero se volvió hacia su acompañante:
- ¡Fíjese en los hermosos colores del cielo! ¡Qué sentimiento de grandeza despiertan! ¿No le parece algo maravilloso?
Por toda respuesta, el anciano asintió con la cabeza levemente.
- ¿Sabe? - continuó el joven. - En ocasiones siento un fuerte impulso en mí. Quiero ir a donde las montañas se funden con el cielo. Quiero ir allá donde la tierra se desdibuja entre la niebla. Quiero encontrar la plenitud, el misterio, quiero otro mundo. Sé que podré dar con el lugar.
El otro lo miró, y finalmente contestó:
- ¡Ah! ¡Cómo me recuerdan esas palabras a mí mismo! ¡Cuánta pasión hay en tu voz! Es la llama de la juventud. No me mires así, yo también tuve tu edad y elevados ideales. Me dejé guiar por una visión romántica y salí en busca de la belleza, la soledad inspiradora, la grandeza, el misterio. Pasé años, muchos años persiguiendo el horizonte. ¿Quieres saber lo que ocurrió? ¿Qué me reveló el horizonte? Que jamás lo había alcanzado, y que lo había perdido todo en mi alocado peregrinar.  Perdí mi vida, a aquellos quienes me amaban, incluso a mí mismo. Un precio demasiado elevado para un ideal juvenil, ¿no te parece?
El viejo caminante se interrumpió. El cielo se había oscurecido ya. No quedaba rastro de su efímera belleza.


miércoles, 9 de marzo de 2011

Voces en el viento

Una tarde de otoño. Cielo gris. El caminante echó un vistazo al camino que se extendía frente a él: una línea recta bordeada por árboles cuyas hojas se balanceaban, amenzando con dejarlos totalmente desnudos. Esto le pareció un reflejo de su alma, el alma inquieta de aquel que busca respuestas, que busca un sentido último para su existencia monótona y lineal. ¿Cuál era el destino al que le conducía aque sendero? ¿Lo guiaba realmente a alguna parte? ¡Qué tontería! Todos los caminos llevan a algún lugar, ¿no? Si no fuese así, ¿de qué servirían? Suspirando, el caminante se abrochó el abrigo. Aunque no llegaba a los cincuenta años, sus manos, hábiles, parecían gastadas. De pronto, sobrevino un fuerte vendaval. Él se detuvo. Le llamaba la atención como las hojas danzaban en las ramas de los árboles. Una danza peligrosa. Se dio cuenta de que, en realidad, no era eso lo que había llamado su atención, no era nada que pudiera verse, si bien podía sentirse: era el viento en sí. En él bailaba una melodía lejana, semejante a un coro grandioso, que cada vez se acercaba más. Las voces se volvían más y más fuertes, formando un torbellino de cánticos, gritos de horror y júbilo, llantos, murmullos y susurros que se entremezclaban en una sinfonía maravillosa. ¿Era el viento el que dirigía la sinfonía, o era la sinfonía la que dirigía al viento? Sea como fuere, se trataba de un espectáculo impresionante, y su peligrosa belleza puso los pelos de punta al caminante, que gritó:
- ¡Es el arte! ¡El arte, que hace llevadera nuestra existencia! ¡Es el arte, que engrandece nuestro espíritu! ¡El arte, que da significado a nuestra vida!
El coro del viento aulló, como si celebrase sus palabras.
- ¡El mundo es una caja de música! ¡La vida es solo un lienzo! - continuó, con pasión. Rompió a reír y el viento se llevó su risa. Ésta pasó a formar parte de la sinfonía de la tempestad, que era cada vez más intensa, más caótica, más hermosa. Sus brazos etéreos le quitaron el sombrero. Los árboles temblaron cuando sus últimas hojas los abandonaron. Miles de hojas marchitas se elevaron hacia el cielo, en un remolino semejante a un tornado. El hombre, extasiado, cerró los ojos. Podía sentir sobre sus labios el beso del viento. De repente, todo cesó. El caminante recogió su sombrero y, tranquilamente, continuó con su camino bajo una lluvia de hojas secas.

martes, 1 de marzo de 2011

Conversación con Ernest

Cuando entró en la sala de estar, Elisa inhaló una bocanada de humo de tabaco. Confusa, cerró los ojos un momento.
- Hola, Elisa. - murmuró una voz tras ella.
Se dio la vuelta. Allí estaba él, apoyado en el blanco marco de la puerta. La luz que se filtraba por las cortinas parecía acariciar su rostro. Bailaba en sus ojos azules, que eran como hielo ardiente. Entre los finos dedos de su mano derecha se consumía lentamente un cigarrillo. En el otro brazo reposaba, cuidadosamente doblado, su abrigo verde oscuro. El traje que lucía, anticuado y elegante, estaba impecable, tan nuevo que parecía recién salido de la sastrería.
Los labios de ella temblaron al pronunciar su nombre:
-Ernest.
- ¿Puedo pasar? Me gustaría hablar contigo.
La muchacha asintió, aturdida. Él se sentó en un sillón. Dio una calada al cigarrillo. Exhaló el humo y la miró a los ojos.
- No deberías fumar. Es malo para tu salud. - apuntó.
Ernest rió, y su carcajada pareció descomponer momentáneamente la atmósfera de la estancia. Se inclinó sobre la mesa de café y comenzó a apagar el cigarro, mientras decía:
- ¡Qué curioso! ¿No crees? Fumo porque tú lo has decidido. Después de todo, yo nací de tu pluma. Tú me has creado.
Elisa se preguntó cómo habría llegado aquél cenicero allí. Nadie en casa fumaba.
- ¿Por qué estás aquí, Ernest?
- He de confesar que estoy muy dolido.
- ¿Dolido? - preguntó ella enarcando las cejas. No cabía en su asombro.
- Sí, Elisa mía, dolido. Parece que te has olvidado de mí. Ya casi nunca escribes y, cuando lo haces, nunca estoy en esas líneas. Antes, en cambio, yo estaba ahí, en tu mente. Me creaste con dedicación, con ilusión, con cariño, incluso, y luego hiciste un sitio para mí en tus historias. Dime, ¿me has olvidado? Has de saber que estoy muy triste, sufro por ello. ¿Es que ya no soy nada para ti?
Su forma de expresarse y la emoción de su voz estremecieron a Elisa, que permaneció en silencio.
- ¿Por qué no escribes? Te gustaba escribir, podías pasar horas haciéndolo.
- Oh, vamos. Tengo una vida, ¿sabes? Hay muchas más cosas que hacer que las que a una le gustan. Apenas tengo tiempo.
- ¿No te da pena mentirte de ese modo? ¿De verdad quieres hacerme creer que esa es la verdadera razón?
Elisa se agitó en su asiento. Él había dado en el clavo, tenía toda la razón (como siempre). Maldita sea. Era el personaje que había inventado quien le estaba reprochando su propia conducta.
- ¿Qué quieres oír? No, Ernest, no te he olvidado. Tienes razón. El tiempo no es la causa. Pero hace tiempo que he perdido mi inspiración. Me horroriza encontrarme con una hoja en blanco cada vez que comienzo una historia. Simplemente no soy capaz de superar ese vacío. No puedo y me hace sentir fatal. De modo que decidí no escribir más. Dime, ¿qué quieres que haga?
- Elisa, querida, solo te pido que hagas lo que verdaderamente te gusta, lo que te hace sentir realizada. Escribe. Escribe y no te rindas. No dejes que una hoja en blanco pueda contigo. Yo siempre estaré ahí.
Ernest se levantó, se puso el abrigo y se dirigió al ventanal. Se volvió una vez más hacia ella.
- Una cosa más antes de irme. Deja que viva en tus líneas.
Acto seguido, abrió el ventanal y la luz inundó la sala.

Al día siguiente, Elisa despertó con una extraña sensación.
Una hora después, se encontraba frente al ordenador. Ya había escrito más de dos páginas.