martes, 15 de marzo de 2011

Perseguir el horizonte



Un día cualquiera, el joven soñador y el anciano contemplaban juntos el atardecer. El primero se volvió hacia su acompañante:
- ¡Fíjese en los hermosos colores del cielo! ¡Qué sentimiento de grandeza despiertan! ¿No le parece algo maravilloso?
Por toda respuesta, el anciano asintió con la cabeza levemente.
- ¿Sabe? - continuó el joven. - En ocasiones siento un fuerte impulso en mí. Quiero ir a donde las montañas se funden con el cielo. Quiero ir allá donde la tierra se desdibuja entre la niebla. Quiero encontrar la plenitud, el misterio, quiero otro mundo. Sé que podré dar con el lugar.
El otro lo miró, y finalmente contestó:
- ¡Ah! ¡Cómo me recuerdan esas palabras a mí mismo! ¡Cuánta pasión hay en tu voz! Es la llama de la juventud. No me mires así, yo también tuve tu edad y elevados ideales. Me dejé guiar por una visión romántica y salí en busca de la belleza, la soledad inspiradora, la grandeza, el misterio. Pasé años, muchos años persiguiendo el horizonte. ¿Quieres saber lo que ocurrió? ¿Qué me reveló el horizonte? Que jamás lo había alcanzado, y que lo había perdido todo en mi alocado peregrinar.  Perdí mi vida, a aquellos quienes me amaban, incluso a mí mismo. Un precio demasiado elevado para un ideal juvenil, ¿no te parece?
El viejo caminante se interrumpió. El cielo se había oscurecido ya. No quedaba rastro de su efímera belleza.


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