miércoles, 18 de mayo de 2011

Oda a la Melancolía, de John Keats

1
No vayas al Leteo ni exprimas el morado
acónito buscando su vino embriagador;
no dejes que tu pálida frente sea besada
por la noche, violácea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
ni dejes que polilla o escarabajo sean
tu alma plañidera, ni que el búho nocturno
contemple los misterios de tu honda tristeza.
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,
y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.


2
Pero cuando el acceso de atroz melancolía
se cierna repentino, cual nube desde el cielo
que cuida de las flores combadas por el sol
y que la verde colina desdibuja en su lluvia,
enjuga tu tristeza en una rosa temprana
o en el salino arco iris de la ola marina
o en la hermosura esférica de las peonías;
o, si tu amada expresa el motivo de su enfado,
toma firme su mano, deja que en tanto truene
y contempla, constante, sus ojos sin igual.


3
Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.
También con la alegría, cuya mano en sus labios
siempre esboza un adiós; y con el placer doliente
que en tanto la abeja liba se torna veneno.
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo
tiene su soberano numen Melancolía,
aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa
boca muerde la uva fatal de la alegría.
Esa alma probará su tristísimo poder
y entre sus neblinosos trofeos será expuesta.
John Keats.
Versión de Gabriel Insuasti.







lunes, 16 de mayo de 2011

Un poco de música: Meadows of Heaven

Hoy os traigo una de esas canciones especiales, de esas que te hacen estremecer. Ayer estaba escuchándola, observando esa luz dorada de la tarde, de la que estoy enamorada, sobre la hierba verde, las hojas de los árboles, iluminadas a contraluz, y esa atmósfera de paz, grandeza, belleza palpable, y me dije: esta canción puede describir ese mismo sentimiento. Aquí la tenéis, la que, me atrevería a decir, es una de las mejores composiciones de la banda Nightwish.

lunes, 9 de mayo de 2011

Historia de una escalera de mármol en hora y media

Volvía a casa, tan tranquila, a las siete en punto. Llamé a la puerta, qué raro, la abuela no abría. Decidí, tras unos minutos, picar a la vecina, que me abrió. Una vez dentro, me lancé escaleras arriba. Al llegar a mi puerta, llamé con los nudillos. Nada. Probé con el timbre. De nuevo, nada. Esperé, pero nadie me abrió, así que me dirigí hacia el descansillo de la escalera, cerca de la ventana, y allí me senté. Encendí el mp4 y me puse los cascos sin prestar demasiada atención a la música que sonaba, y el tiempo comenzó a pasar. Cada diez minutos, me levantaba y volvía a llamar a la puerta, pero cada vez obtenía el mismo resultado, con lo que volvía a donde estaba. Al principio me decía:  No pasa nada, habrá ido a la tienda y se habrá retrasado. Es posible que esté dormida. Durante esa primera media hora, intenté continuar mi lectura de los cuentos de Hoffman, pero la luz (fría, gris, luz de nube, típica de Asturias) era demasiado débil, y tenía claro que no iba a levantarme cada cuarenta segundos para evitar que la luz del pasillo se apagase... Centré mi atención en la música. A estas alturas no hace falta aclarar que no tenía la llave. Tampoco llevaba conmigo el teléfono móvil. Más tarde, sobre las ocho, comencé a preocuparme. Seguía picando cada poco tiempo. Un montón de ideas descabelladas y temores me invadieron. Empecé a autotorturarme con interrogantes como: ¿Y si le había pasado algo a mi abuela, y yo, mientras tanto, sin poder entrar en casa, allí, sentada? ¿Y... si había muerto? ¿Qué iba a hacer? ¡Ay! Me levanté y comencé a caminar por el pasillo, y a subir y bajar escaleras, pero me inquietaba el ruido que provocaban mis pasos, condicionado por el hecho de llevar botas de estilo militar y amplificado por el silencio reinante, así que me apoyé en la pared. No quería estar más sentada. De vez en cuando, pasaba algún vecino. Creo que le di un buen susto, sin querer, a una vecina que salía del ascensor y vio mi sombra moverse antes de saber a quién pertenecía. A las ocho y media, volví a llamar a la puerta por enésima vez. Oí un ruido en la casa y... la abuela abrió la puerta. Allí estaba, tan tranquila. Una sensación de alivio me recorrió, pero no pude evitar que, en mi mente, desfilaran una multitud de palabras hermosas, biensonantes y exquisitas... (nótese el sarcasmo) Mi pobre abuela no me había oído y yo me había pasado una hora y media preocupada, sentada en la escalera de casa. Solo podía pasarme a mí.

(Relatividad, de Escher)