martes, 1 de marzo de 2011

Conversación con Ernest

Cuando entró en la sala de estar, Elisa inhaló una bocanada de humo de tabaco. Confusa, cerró los ojos un momento.
- Hola, Elisa. - murmuró una voz tras ella.
Se dio la vuelta. Allí estaba él, apoyado en el blanco marco de la puerta. La luz que se filtraba por las cortinas parecía acariciar su rostro. Bailaba en sus ojos azules, que eran como hielo ardiente. Entre los finos dedos de su mano derecha se consumía lentamente un cigarrillo. En el otro brazo reposaba, cuidadosamente doblado, su abrigo verde oscuro. El traje que lucía, anticuado y elegante, estaba impecable, tan nuevo que parecía recién salido de la sastrería.
Los labios de ella temblaron al pronunciar su nombre:
-Ernest.
- ¿Puedo pasar? Me gustaría hablar contigo.
La muchacha asintió, aturdida. Él se sentó en un sillón. Dio una calada al cigarrillo. Exhaló el humo y la miró a los ojos.
- No deberías fumar. Es malo para tu salud. - apuntó.
Ernest rió, y su carcajada pareció descomponer momentáneamente la atmósfera de la estancia. Se inclinó sobre la mesa de café y comenzó a apagar el cigarro, mientras decía:
- ¡Qué curioso! ¿No crees? Fumo porque tú lo has decidido. Después de todo, yo nací de tu pluma. Tú me has creado.
Elisa se preguntó cómo habría llegado aquél cenicero allí. Nadie en casa fumaba.
- ¿Por qué estás aquí, Ernest?
- He de confesar que estoy muy dolido.
- ¿Dolido? - preguntó ella enarcando las cejas. No cabía en su asombro.
- Sí, Elisa mía, dolido. Parece que te has olvidado de mí. Ya casi nunca escribes y, cuando lo haces, nunca estoy en esas líneas. Antes, en cambio, yo estaba ahí, en tu mente. Me creaste con dedicación, con ilusión, con cariño, incluso, y luego hiciste un sitio para mí en tus historias. Dime, ¿me has olvidado? Has de saber que estoy muy triste, sufro por ello. ¿Es que ya no soy nada para ti?
Su forma de expresarse y la emoción de su voz estremecieron a Elisa, que permaneció en silencio.
- ¿Por qué no escribes? Te gustaba escribir, podías pasar horas haciéndolo.
- Oh, vamos. Tengo una vida, ¿sabes? Hay muchas más cosas que hacer que las que a una le gustan. Apenas tengo tiempo.
- ¿No te da pena mentirte de ese modo? ¿De verdad quieres hacerme creer que esa es la verdadera razón?
Elisa se agitó en su asiento. Él había dado en el clavo, tenía toda la razón (como siempre). Maldita sea. Era el personaje que había inventado quien le estaba reprochando su propia conducta.
- ¿Qué quieres oír? No, Ernest, no te he olvidado. Tienes razón. El tiempo no es la causa. Pero hace tiempo que he perdido mi inspiración. Me horroriza encontrarme con una hoja en blanco cada vez que comienzo una historia. Simplemente no soy capaz de superar ese vacío. No puedo y me hace sentir fatal. De modo que decidí no escribir más. Dime, ¿qué quieres que haga?
- Elisa, querida, solo te pido que hagas lo que verdaderamente te gusta, lo que te hace sentir realizada. Escribe. Escribe y no te rindas. No dejes que una hoja en blanco pueda contigo. Yo siempre estaré ahí.
Ernest se levantó, se puso el abrigo y se dirigió al ventanal. Se volvió una vez más hacia ella.
- Una cosa más antes de irme. Deja que viva en tus líneas.
Acto seguido, abrió el ventanal y la luz inundó la sala.

Al día siguiente, Elisa despertó con una extraña sensación.
Una hora después, se encontraba frente al ordenador. Ya había escrito más de dos páginas.

1 comentario:

  1. Que bonito ! A mi tambien me suele ocurrir, con cierro los ojos veo una historia desfilar, veo personajes, siento lo que quisiera que vivieran, pero cuando me pongo a escribir todo me parece falso... Me encanta !!

    http://electrical-columbia.blogspot.com/

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